
Kika Fumero
Siglos de patriarcado en nuestra mochila de mujeres, siglos de opresiones, siglos de luchas feministas por ir conquistando unos derechos no contemplados para nosotras por el simple y mero hecho de ser mujeres. Nuestro sexo se señalaba al nacer para que quedara constancia quién era ciudadano de primera y quién, ciudadana de segunda.
Sin embargo, la historia del movimiento feminista nos muestra que, en nuestra lucha, hemos tenido aliados de nuestro lado: hombres feministas que hoy son referentes. Ejemplos como Poullain de La Barre, Condorcet, John Stuart Mill, Adolfo González Posada, Miguel Romera-Navarro; o referentes actuales como Miguel Lorente, Octavio Salazar, Erik Pescador o Miguel Angel Arconada, son la prueba fehaciente de quienes han cuestionado –y cuestionan– el sistema patriarcal y de quienes han sido conscientes de los privilegios que el sistema les concede a costa de la opresión y la esclavitud de sus compañeras.
Conocemos el papel que han tenido los hombres aliados en el pasado; pero, ¿cuál es o cuál debería ser su papel actual en la lucha feminista? En primer lugar, debemos entender que el feminismo es, ante todo, una deconstrucción de nuestro patriarca interior, a sabiendas de que la única manera de transformar el mundo pasa por transformarnos primero a nivel individual. En segundo lugar, hemos de ser conscientes de que, si bien la lucha feminista nos beneficia a todas y a todos, desde sus inicios ha estado –y está– presidida por las mujeres en nuestra batalla por ganar derechos que nos vayan acercando a la igualdad frente a nuestros compañeros los hombres: reconocimiento como sujeto, la condición de ciudadana, derecho al voto, al aborto, al divorcio, a la educación, etc.
Uno de los grandes retos de nuestros compañeros feministas en esa deconstrucción personal es la de ceder en las concesiones que el patriarcado tiene para con ellos y en desprenderse de esos privilegios que ostentan a costa del sometimiento femenino. Utilizando un símil bélico, ceder privilegios podría equipararse con entregar las armas y cesar la guerra impuesta. No es fácil, pero es imprescindible, y de justicia, deshacerse de unos privilegios que la dictadura del mal llamado “sexo fuerte” entrega a los hombres por el mero hecho de serlo y en detrimento de las mujeres por el mero hecho de haber nacido mujeres.
Esa deconstrucción del patriarca interior conlleva, en el caso de nuestros compañeros, desprenderse de una socialización que les ha dado la voz y les ha regalado el espacio público para ir en cabeza y expandirla. La voz del movimiento feminista es la de quienes llevan siglos amordazadas y en silencio. Por eso, la lucha en nuestras calles han de seguir encabezándola quienes han estado durante siglos relegadas a sus hogares.
No obstante, la pregunta sigue ahí: ¿qué lugar deberían ocupar nuestros compañeros aliados en la lucha feminista? ¿Qué posición deberían adoptar en reivindicaciones como las del 8 de marzo (8-M)? Una primera respuesta evidente debiera ser la de permanecer detrás, cediéndonos el espacio que nunca hemos tenido y que, en esta lucha, nos pertenece; o bien escuchar nuestras estrategias, apoyarlas y acompañarnos en su ejecución. Durante el pasado 8-M, hubo dirigentes de organismos oficiales que tomaron decisiones por nosotras porque, en su opinión, tardábamos en ponernos de acuerdo y hacer públicas las pautas que debían seguir en la organización de la huelga. En definitiva, hubo hombres que nos explicaban cosas desde una posición paternalista decidiendo qué era mejor o qué no era bueno para nosotras, es decir, tomando la palabra y la acción en nuestro lugar y en un supuesto beneficio nuestro, sesgado y subjetivo. Ahí necesitamos a nuestros verdaderos compañeros aliados: reprobando actitudes paternalistas como estas por parte de sus iguales, confiando en nuestro proceder y respetando nuestros tiempos y decisiones.
Hemos demostrado que, si nosotras paramos, se para el mundo. Nuestra lucha por ser tratadas como seres humanos con derechos a la vida, a la libertad y a la participación en la esfera política aún no está ganada y nos queda camino por recorrer: basta con mirar dentro y fuera de nuestras fronteras, más allá de nuestro ombligo. La corresponsabilidad aún está por inventarse, los cuidados aún nos pertenecen (casi) en exclusiva. En las manifestaciones o reivindicaciones colectivas, es decir, cuando paramos y, con nosotras, detenemos el mundo, la principal tarea de nuestros compañeros feministas debiera ser tomar las riendas del cuidado y experimentar el peso que cargamos cada día. Si nos declaramos en huelga, esperamos que se responsabilicen de los cuidados ineludibles mientras dure nuestro parón: si para ello tuvieran que faltar al trabajo, la lectura no es que ellos también van a la huelga, sino que han de quedarse en casa porque, de lo contrario, algún ser querido dependiente quedaría desprotegido e incluso podría correr peligro.
¿Y qué más? Tomando conciencia del enorme esfuerzo que en nuestro día a día supone para las mujeres feministas el diseño de nuestras propias herramientas y organización, ya que depositamos tiempo y energía en nuestra planificación. Necesitamos que nos escuchen y que, desde el lugar que ocupan, tomen sus propias decisiones para su organización interna en aras de avanzar en igualdad, en pro del feminismo. Organizarse de manera autónoma: desde su lugar en la lucha feminista, diseñando una ruta propia, una estrategia para ellos que sea complementaria con la nuestra y, juntas, constituyan un programa resistente.
Nuestra lucha no se reduce a los cuidados y a la corresponsabilidad: nuestros cuerpos aún son bombardeados, las calles aún suponen una amenaza a nuestra integridad psíquica y física, el sexting y la sextorsión circulan por las redes y campan a sus anchas en los grupos de WhatsApp. Recuperemos una vez más la pregunta: ¿Qué lugar deberían ocupar nuestros compañeros aliados en la lucha feminista? Necesitamos hombres feministas, compañeros de lucha que adopten una posición firme en la vida frente a las injusticias contra las que luchamos desde el feminismo y, desde esa actitud sólida, se organicen de manera autónoma en pro de una ciudadanía igualitaria, en donde las diferencias no supongan desigualdades… ni asesinatos, ni extorsiones, ni suicidios. Ahí, justo ahí. ¡Vayamos codo a codo!